La semana pasada nos dejó un par de efemérides musicales de esas que no deberían pasar desapercibidas. Las dos, aunque de muy distinto signo, hacían referencia a la misma banda, y no precisamente una cualquiera: los legendarios AC/DC. Por un lado, se cumplían cuarenta años -febrero de 1975- de la publicación de su primer disco (‘High voltage’, edición australiana); por otro, se conmemoraba el trigésimo quinto aniversario -febrero de 1980- de la desgraciada muerte de su primer cantante, el salvaje y carismático Bon Scott.
Si a ello le sumamos el reciente regreso del grupo al primer plano de la actualidad, por noticias de cariz también muy diferente -la enfermedad neurodegenerativa del guitarrista Malcolm Young que le ha apartado total y definitivamente de la banda, los problemas con la ley del batería Phil Rudd, la publicación de ‘Rock or bust’, su décimo sexto álbum de estudio, y el anuncio de su enésima gira mundial sold out-, parece un buen momento para echar la vista atrás y hacer una breve repaso a su carrera, una carrera larga, exitosa y polémica casi a partes iguales.
Porque AC/DC se pueden considerar un ejemplo paradigmático del frecuente desencuentro que suele haber entre crítica y público: detestados por la primera y adorados por el segundo, su caso es otro episodio más en la historia del recelo proverbial de los críticos a cualquier cosa que huela a mainstream, en su propensión infatigable a distanciarse de la vulgaridad de las masas.
Aunque en este caso lo de la vulgaridad viene al pelo, porque a los australianos se les puede acusar de cualquier cosa menos de sutiles y exquisitos. Aunque con matices. En relación con esto, se me viene a la cabeza aquella frase que pronunciaba Mozart en la película ‘Amadeus’: “yo soy vulgar, pero mi música no lo es”.
La crítica siempre les ha reprochado su estilo tosco, testosterónico, básico y rudimentario. Y, en efecto, sus canciones no son el lugar más idóneo para buscar una lírica refinada ni reflexiones existenciales sobre los grandes problemas de la humanidad. Bon Scott decía que él hacía poesía de lavabo. Sus letras giran en torno a los grandes tópicos del rock and roll y no con un estilo excesivamente original: la vida en la carretera, la épica del chico malo, juergas, chicas, alcohol, broncas,etc. En fin, nada edificante. De todos modos, no hay que perder de vista que en el momento de la eclosión del grupo -mediados de los setenta- esa estética macarra quizás tuviera un cierto prestigio, análogo, salvando las distancias, al que puedan tener hoy en día las estrellas del hip hop. El macarra como working class hero, como un fuera de la ley que vive siguiendo sus propias reglas al margen de las convenciones sociales, una especie de versión degradada de la marginalidad beat. El malogrado Bon Scott encarnaba perfectamente ese papel, en su modalidad de rockero entregado al exceso.
El punto fuerte de AC/DC, en cualquier caso, ha sido siempre la música. A pesar de que se les ha acabado metiendo en el saco del heavy metal, cualquiera que haya seguido su trayectoria sabe que desde el principio lo que han pretendido hacer ha sido genuino rock and roll, aunque poderoso y de alto voltaje. Chuck Berry es la referencia básica, de ahí el homenaje que aún hoy le dedica Angus en el escenario con el célebre duckwalk. Tanto Angus como Malcolm, los dos cerebros musicales de la banda, siempre han recalcado la importancia del ritmo en su música, un ritmo primario y contagioso más cerca, en esencia, de Buddy Holly que de Iron Maiden.
Dentro de la primera etapa del grupo, hasta la muerte de Bon Scott, hay que destacar dos obras maestras: ‘Let there be rock’ (1977), tal vez su disco más compacto, intenso y crudo, con esos dos himnos que son el tema homónimo y ‘Whole lotta Rosie’ (ver vídeo arriba); y, por supuesto, ‘Highway to hell’ (1979), redondo de principio a fin y que les aupó al reconocimiento internacional. Reconocimiento que sería masivo ya en la segunda etapa, con la entrada del vocalista Brian Johnson y el mega éxito global de ‘Back in black’, el tercer disco más vendido de la historia del rock, alrededor de 50 millones de copias, solo por detrás del ‘Thriller’ de Michael Jackson y de ‘The dark side of the moon’ de Pink Floyd.
A partir de ese momento tuvieron acceso a audiencias masivas y a un público más transversal, aunque la inspiración se resintió y ya no volvió a los niveles previos. De todos modos, tampoco es que lo hayan necesitado. A pesar de que no han reeditado ni por asomo el impacto de HTH y BIB, se han mantenido a lo largo de los años con algún nuevo éxito ocasional -como el single ‘Thunderstruck’, de ‘The razors edge’ (1990) o las buenas ventas de ‘Black ice’ (2008), que llegó al nº1 en el Reino Unido- y el apoyo de una acérrima legión de fans que nunca les ha abandonado.
En cualquier caso, después de cuatro décadas y alrededor de 200 millones de discos vendidos, han alcanzado el merecido status de historia y leyenda viva del rock and roll.
[Si quieres disfrutar de la discografía de AC/DC consulta su disponibilidad en el catálogo de las Bibliotecas Municipales]