2017 está siendo un año de celebración de un montón de aniversarios de discos icónicos que marcaron época. No hace mucho comentábamos por aquí el medio siglo de ‘The Doors’, y es también el 50 cumpleaños de otro gran clásico americano, pero en este caso de la costa este, el debut de la Velvet Underground & Nico, otro álbum de enorme influencia dentro del mundo del rock´n´roll. Y, vaya, del Sgt. Pepper´s de los Beatles, y de The Piper at the Gates of Dawn, el debut de Pink Floyd… 1967, el año del Verano del Amor, no podía sino engendrar todas estas criaturas maravillosas y otras muchas. No conviene recrearse en la nostalgia, dicen, pero, por otro lado, casi resulta inevitable caer en la tentación de detenerse un momento ante tamañas efemérides para reflexionar y recapacitar sobre el impacto de todos estos artefactos en la cultura popular del último medio siglo. Tiempo habrá de hablar, si no de todos, de algunos de ellos. Sin duda, lo merecen.
Pero este año también es el aniversario de otro disco emblemático más reciente y que está estos días de actualidad por múltiples razones, entre ellas por toda la controversia que se genera habitualmente en torno a la banda que le dio a luz: hablamos del 30 aniversario de The Joshua Tree, de U2. No hace tanto analizábamos por aquí el estado y las últimas desventuras de la banda irlandesa, en relación con su último disco –Songs of Innocence, primera entrega de un proyecto que incluye la publicación de una segunda parte que llevará por título Songs of Experience– y su gira mundial, Innocence & Experience Tour. Comentábamos entonces el punto ciertamente crítico en el que se encontraba la banda respecto a su prestigio y reputación: cómo habían llegado a la extraña situación paradójica de seguir siendo una superbanda de éxito mundial que continua llenando estadios y al mismo tiempo haber entrado en un paulatino pero aparentemente inexorable proceso de pérdida de relevancia e influencia, del cual ellos mismos eran plenamente conscientes, hasta el punto de plantearse la gira y el propio lanzamiento del disco como un desafío sobre su vigencia y status.
En ese sentido, la gira ha sido un nuevo éxito, en cuanto a público, con prácticamente todos los conciertos sold out; pero, por otro lado, el disco ha pasado más bien sin pena ni gloria, en términos de repercusión musical, provocando la más absoluta de las indiferencias. Se suponía que en breve iban a sacar Songs of Experience cerrando así el ciclo conceptual del proyecto que aludía a ese dualismo consustancial a todo lo humano, y que previsiblemente presentarían en una segunda manga de la gira. Ese era el plan para volver a recuperar el prestigio perdido y actualizar su vigencia.
Pero, entremedias, se cruzó por el camino el aniversario del disco que les catapultó al estrellato y que les convirtió en la banda más grande del mundo. Ya lo habían celebrado hace una década, con ocasión del 20 aniversario, sacando una edición de lujo, con la consabida remasterización, descartes de última hora, caras B, DVD con un concierto en París de la gira mundial, etc. En fin, en asuntos de negocios U2 siempre han sido muy espabilados y han sabido sacarle su buen partido al tema de las reediciones, merchadising y demás productos. El tema no es ése. La cuestión es que no han sido capaces de resistirse a la tentación de intentar reverdecer laureles aprovechando el tirón del aniversario y, aparte de una inminente nueva reedición de superlujo del disco, la banda se ha embarcado en una nueva gira mundial con 33 shows en 9 países en la que el núcleo central del show es la interpretación íntregra del álbum, como se ha puesto de moda hacer últimamente, las 11 canciones seguidas, de Where the Streets Have No Name a Mothers Of The Disappeared. ¿Es esta la forma de recuperar la relevancia perdida, volviendo a salir de gira con un disco editado hace 30 años? La legión de críticos de la banda debe de estar brindando con champán reserva.
Sea como fuere, la efeméride está ahí, y a nosotros nos sirve de pretexto para revisitar el disco a la luz de su nueva puesta en escena, que, eso sí, como suele ser marca de la casa, una vez más es auténticamente espectacular. Y al hacerlo hay que empezar por las razones que los irlandeses han esgrimido para justificar el volver a sacarlo a la carretera, que básicamente se resumen en la supuesta similitud entre la atmósfera actual y la de mediados de los 80, cuando The Joshua Tree se gestó. Es decir, entre las semejanzas entre la época de Reagan-Thatcher y la de Trump-Brexit: polarización política, división social, crisis económica, manipulación mediática y, en resumen, mucha tensión y ansiedad con respecto al futuro. En ese sentido, el guitarrista The Edge decía en unas declaraciones que, de alguna manera, la situación actual era como una vuelta a esa era de cinismo y codicia.
The Joshua Tree fue la respuesta de U2 al zeitgeist del momento, y de ahí la supuesta pertinencia de su revisión. En un principio, el disco se iba a llamar Las dos Américas, ya que la banda estaba obsesionada con las dos caras, la mítica y la real, del país que por aquel entonces estaban descubriendo, y que para los irlandeses es una especie de tierra prometida. La primera tenía que ver con sus paisajes y espacios abiertos, y con toda la imaginería de esa idea de frontera sin fin que siempre han representado los EE UU; la segunda, con la América que ejercía su poder de forma subrepticia en la lucha contra el comunismo en el contexto del final de la Guerra Fría, en su controvertido papel en los diversos conflictos en curso en América del Sur y Centroamérica. De ahí nacen canciones Bullet The Blue Sky y Mothers Of The Disappeared, denuncias ambas de los pecados de la superpotencia en la región.
El álbum se abría con la proyección sonora de esa América idealizada, la de esos enormes espacios cinemáticos que parecen evocar permanentemente la idea de libertad y reinvención, como quizás la representaban para los primeros colonos. Ellos son la inspiración para las atmósferas de Where The Streets Have No Name y I Still Haven´t Found Where I´m Looking For, los dos primeros temas y singles junto con With Or Without You. Ambos resumen perfectamente el espíritu del disco, una mezcla de épica e idealismo, de romántico anhelo juvenil por satisfacer las ansias de libertad, señas de identidad de la banda por entonces, de las que posteriormente, en Achtung Baby, tratarían de desmarcarse. También, por cierto, el vídeoclip de I Still Haven´t Found… es muy representativo de ese espíritu, con la banda interpretando esa canción gospel por las calles de Las Vegas, el corazón de la Babilonia americana, con una estética austera, a medio camino entre los amish y los mormones, que contrasta con el lujo y el exceso de la capital mundial del juego.
A continuación, la balada With Or Without You, otro de sus temas más representativos, pinchado desde entonces en toda radio fórmula que se precie casi ad nauseam, junto con la mencionada Bullet The Blue Sky y Running To Stand Still, sobre el impacto del consumo de heroína en el entorno del complejo de edificios conocido como Las Siete Torres en Dublín, cerraban una de las caras A más completas y redondas de la historia de la música pop, columna vertebral desde entonces del repertorio de la banda y cénit de su carrera. Hay una anécdota, por cierto, muy curiosa sobre como se produjo el proceso de selección del orden de las canciones. Resulta que se encargó de ello la mujer de Steve Lillywhite, productor adicional del disco, que acudió al rescate -como en haría en más ocasiones en el futuro- cuando el disco estaba estancado en las mezclas finales. Como se aburría durante el proceso, les pidió que le dieran algo para hacer y la tarea asignada fue la de ordenar los temas, la cual llevó a cabo con un olfato remarcable.
La cara B, sin embargo, recoge seis temas menores que en su momento completaban el disco de manera satisfactoria pero que desde entonces apenas han vuelto a tocar en directo hasta esta gira, con la excepción ocasional de In God´s Country y también Mothers Of The Disappeared, la cual, por ejemplo, tuvieron la osadía de tocar en Santiago de Chile, en una gira posterior, invitando a subir al escenario a las auténticas madres de los desaparecidos durante la dictadura de Pinochet para darles voz y visibilidad, en un concierto que, además, estaba siendo emitido en directo por la televisión pública para todo el país y que generó una enorme división.
Ahora, 30 años después, el álbum que marcó una época y encumbró a aquella banda dublinesa emergente a mediados de los años 80 vuelve a la vida para ajustar cuentas con un presente que parece involucionar retrotrayéndonos a un pasado de desconfianza y aislamiento que se creía superado. La polémica, una vez más tratándose de U2, está servida. ¿Es pertinente un flashback de tres décadas para intentar recuperar el idealismo perdido? La respuesta podremos conocerla el 18 de julio en el Estadio Olímpico de Barcelona, única fecha en España de la gira. O quizás volviendo a hacer una inmersión a fondo en el disco en cualquiera de las ediciones especiales por el treinta aniversario que salen a la venta el 2 de junio.